Argentina cuenta con una frondosa y oscura lista de asesinos seriales que marcaron la historia policial del país con sus atroces crímenes. En los últimos días, la detención de Matías Jurado en Alto Comedero, Jujuy, tras el hallazgo de restos humanos en su vivienda, puso de nuevo bajo la lupa este fenómeno social y criminal, aterrando a la opinión pública y recordándonos que la amenaza sigue vigente.

Pero este caso, que aún se encuentra en plena investigación, no es sólo la historia de un hombre que habría asesinado: es la radiografía de un tipo de criminal que prospera en la invisibilidad social, y de una sociedad que aún no sabe cómo detectarlos ni cómo prevenir estos horrores. Jurado podría sumarse a esa cofradía de criminales que sembró terror y misterio en Argentina.

El ritual oscuro del asesino serial

Contrario a la imagen de un criminal impulsivo o caótico, el asesino serial sigue un patrón muy marcado: planea, repite y perfecciona su modus operandi. Mata al menos tres veces, dejando entre cada crimen lo que se conoce como “períodos de enfriamiento”, tiempos en los que no cesa la actividad criminal, sino que prepara la próxima víctima, ajusta el método y alimenta su macabra fantasía.

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Matías Jurado, según indicios, habría definido con precisión esos intervalos, utilizando su vivienda como laboratorio del horror, donde planeaba y ejecutaba sus actos macabros. Esta metodología, tan sistemática como aterradora, ofrece a expertos una ventana para entender y anticipar estos crímenes.

Víctimas invisibles

Una constante en la historia de los asesinos seriales argentinos es la elección de víctimas vulnerables: personas en situación de calle, con adicciones, sin redes familiares ni protección social. Su desaparición pasa desapercibida, lo que facilita la impunidad del agresor.

Jurado y otros asesinos actuaron en contextos donde la marginalidad sirvió de escudo para sus crímenes.

Tácticas de manipulación y captura

Antes de matar, el asesino serial neutraliza no sólo con violencia sino con manipulación: finge autoridad, promete ayuda o protección y se inserta en el vacío emocional y material de sus víctimas. Así, el depredador crea una trampa persuasiva que convierte la desesperación en su aliada fatal.

Los asesinos seriales que marcaron a Argentina

Desde comienzos del siglo XX hasta hoy, Argentina acumuló casos que estremecieron a la sociedad:

El Petiso Orejudo: el niño monstruo que aterrorizó Buenos Aires

Cayetano Santos Godino, conocido como el “Petiso Orejudo”, nació en 1896 y pasó a la historia como el primer asesino serial argentino. Su nombre quedó grabado en el imaginario colectivo no solo por la brutalidad de sus crímenes, sino por la edad y la naturaleza de sus víctimas: niños pequeños, entre cuatro y seis años, que atraía con caramelos para luego asesinarlos lenta y cruelmente.

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Godino no solo mataba, también intentó prender fuego a varios edificios y mostró un comportamiento piromaníaco, lo que sumó terror a su leyenda. En la Buenos Aires de 1912, las madres escondían a sus hijos con miedo y desesperación. Se dice que usaba un enorme clavo para causarles la muerte, disfrutando del sufrimiento de sus víctimas como un marqués de Sade.

Fue detenido y encarcelado, pero su historia no terminó con la prisión: Godino murió en 1944 en un hospital psiquiátrico, dejando tras de sí una huella indeleble en la criminología argentina y una advertencia sobre la maldad que puede anidar incluso en la infancia.

Carlos Eduardo Robledo Puch, “El Ángel Negro”: la belleza que ocultaba a un monstruo

Con apenas 19 años, Robledo Puch protagonizó una ola de terror sin precedentes entre 1971 y 1972. Su aspecto angelical —ojos celestes, cabello rubio y una imagen de estudiante común— contrastaba brutalmente con sus crímenes: once asesinatos que incluían a serenos y mujeres, la mayoría ejecutados por la espalda o mientras dormían.

El joven actuaba junto a sus cómplices, cometiendo robos que terminaban en muerte. Tras cada crimen, derrochaba el botín en autos, motos y alcohol, celebrando en los boliches más exclusivos de Buenos Aires, ajeno a la magnitud de sus actos.

Su crueldad se mostró incluso contra sus amigos: mató a su cómplice Héctor Somoza, a quien desfiguró con un soplete, y generó sospechas sobre la muerte de Jorge Ibáñez.

Robledo Puch fue detenido y condenado a prisión perpetua, donde permanece desde entonces, convertido en un símbolo de la maldad oculta tras la máscara de la juventud y la inocencia. Su caso fue objeto de múltiples estudios y refleja la complejidad psicológica del asesino serial.

El Loco del Martillo: el terror que golpeaba con brutalidad en Lomas del Mirador

En enero de 1963, un hombre que entraba por las ventanas para atacar mujeres sembró el pánico en el barrio de Lomas del Mirador, Buenos Aires. Apodado “El Loco del Martillo”, su método era atroz: asesinaba a martillazos, dejando a las víctimas sin posibilidad de defensa.

El miedo colectivo llevó a que las mujeres fueran autorizadas a salir solo de día, mientras que los vecinos se organizaron en patrullas con garrotes y cuchillos. La policía difundió un identikit, y la paranoia hizo que dos inocentes fueran golpeados por su mera apariencia.

El culpable fue Aníbal González Higonet, un carterista de aspecto común, quien confesó haber matado para robar y evitar testigos. Pasó 43 años en prisión y murió poco después de recuperar la libertad, dejando tras de sí un legado de terror que se mezcló con la psicosis social.

Francisco Laureana, “El Asesino Puntual”: el predador metódico de San Isidro

En 1975, San Isidro fue escenario de una serie de crímenes que desafiaron a la policía. Francisco Laureana, un hombre alto y de físico atlético, escogía sus víctimas con precisión y atacaba siempre los miércoles y jueves a las seis de la tarde.

Su modus operandi era estrangular, ahorcar o disparar a mujeres y niñas que tomaban sol en los chalets del barrio. Lo llamaban “el asesino puntual” porque su actuación era tan regular que se volvió predecible.

Laureana había sido seminarista y mantenía una fachada familiar; sin embargo, su doble vida mostraba a un depredador obsesivo que conservaba objetos de sus víctimas y volvía a los lugares del crimen para revivir sus ataques.

Fue abatido por la policía luego de que una niña reconociera en su rostro el identikit que circulaba en la zona. Su muerte puso fin a uno de los episodios más inquietantes de la historia criminal argentina.

Celso Luis Arrastía: el verdugo de Mar del Plata

Entre 1987 y 1988, Mar del Plata fue sacudida por una seguidilla de asesinatos sexuales que generaron terror en la ciudad costera. Celso Luis Arrastía, un hombre de 35 años, fue detenido luego de que una mujer denunciara a su pareja por esos crímenes.

Arrastía captaba víctimas en cabarets y hoteles alojamiento, donde violaba y estrangulaba a mujeres jóvenes. A cada víctima le dejaba una marca: un mordisco en el pezón, un ritual perverso que se convirtió en su firma.

Cumplió una condena de 25 años y recuperó la libertad hace una década, aunque desde entonces no se ha sabido nada de él. Su caso desnudó la vulnerabilidad de las mujeres en espacios de explotación sexual y la dificultad para combatir estos crímenes.

Ricardo Luis Melogno, el “Asesino de taxistas”: el terror nocturno de Mataderos

En septiembre de 1982, un joven de apenas 20 años comenzó a matar taxistas en el barrio de Mataderos, dejando cuerpos con un balazo en la cabeza. Las muertes ocurrieron en un lapso de cinco días, generando una ola de miedo entre los conductores y vecinos.

Melogno fue detenido luego de que su propio hermano denunciara sus crímenes. Actualmente está recluido en el psiquiátrico de la cárcel de Ezeiza.

Su caso fue retratado en la novela “Magnetizado” por el escritor Carlos Busqued, que exploró la psicología y el entorno social que rodearon al joven asesino.

Guillermo “El Concheto” Álvarez: el ladrón seductor que mataba por placer

Guillermo Álvarez, conocido como “El Concheto”, fue un criminal que no robaba por necesidad, sino por atracción hacia el delito. Entre 1996 y 1997 asesinó a varias personas, incluido el hijo de un ex ministro y un subinspector de la Policía Federal.

Llevaba una doble vida: afuera mostraba un aspecto torpe y buen mozo, pero al robar despertaba su lado salvaje. En la cárcel, mató a otro preso con un arma blanca.

Álvarez soñaba con superar el récord de Robledo Puch y solicitó una visita con él, que nunca se concretó. Fue detenido tras un mes de búsqueda y permanece como un ejemplo de la peligrosidad de quienes disfrutan la violencia como forma de vida.

Marcelo Antelo y su culto a San La Muerte: violencia y oscuridad en la Villa 1-11-14

Condenado en 2010 a cadena perpetua, Marcelo Antelo cometió al menos cuatro asesinatos en contextos de violencia extrema y marginalidad. Sus víctimas eran personas con las que no tenía relación, y actuaba bajo la influencia de drogas y cultos esotéricos como el de San La Muerte.

Antelo no habló con la prensa ni mostró arrepentimiento, dejando una estela de horror en uno de los barrios más vulnerables de Buenos Aires.